BOLÍVAR EN SAN JUAN DE PAYARA


BOLÍVAR EN SAN JUAN PAYARA POR PRIMERA VEZ


 
Ya para finalizar el año 1817, desde Angostura, Simón Bolívar comisiona a Manuel Manrique y al coronel Vicente Parejo, para que gestionen ante Páez el reconocimiento de su autoridad; esta gestión resultó exitosa ya que culminó con el sometimiento del caudillo a la suprema autoridad del Libertador. Páez en su autobiografía narra este suceso de la siguiente manera: “Cuando disponía de todos los recursos antedichos, teniendo a mis órdenes aquel ejército de hombres invencibles que me obedecían gustosos y me querían como a un padre, y cuando me hallaba investido de una autoridad omnímoda, Bolívar a quien yo no conocía aun personalmente, me envió desde Guayana a los coroneles Manuel Manrique y Vicente Parejo á proponerme que le reconociese como jefe supremo de la república.
Si yo hubiese abrigado miras ambiciosas, no podía presentárseme ocasión más oportuna de manifestarlo; pero sin vacilar un momento recibí respetuosamente á los comisionados en el hato del Yagual, y declaré al ejército mi resolución de reconocer á Bolívar como jefe supremo de la república”.
Más adelante agrega: “Formé las tropas que tenía en el Yagual, hice venir al padre Ramón Ignacio Méndez, arzobispo después de Caracas, para que a presencia de aquellos me recibiese juramento de reconocer como jefe supremo al general Bolívar, y mandé después que las tropas siguieran mi ejemplo, ordenando hiciesen lo mismo los cuerpos que se hallaban en otros puntos”.
Cuando Bolívar se enteró de lo sucedido, le informó a Páez su intención de marchar a sus campamentos para abrir campaña desde el sector del Apure, y el 31 de diciembre de 1817, Bolívar zarpó desde Angostura rumbo al Apure a reunirse con Páez en San Juan de Payara, donde el caudillo lo estaba esperando. Después de un largo viaje, el 30 de enero, El Libertador llegó al Hato cañafistola en donde se reunió con Páez. El mismo Páez nos cuenta este suceso en su autobiografía de la siguiente forma: “Sabiendo que ya Bolívar se hallaba en el hato de Cañafístola, como a cuatro leguas de Payara, me adelanté a su encuentro, acompañado de los principales jefes de mi ejército. Apenas me vio a lo lejos, montó inmediatamente a caballo para salir a recibirme, y al encontrarnos echamos pié á tierra, y con muestras del mayor contento nos dimos un estrecho abrazo. Manifestéle yo que tenia por felicísimo presagio para la causa de la patria el verle en los llanos, y esperaba que su privilegiada inteligencia, encontrando nuevos medios y utilizando los recursos que poníamos á su disposición, lanzaría rayos de destrucción contra el enemigo que estábamos tratando de vencer. Con la generosidad que le caracterizaba, me contestó en frases lisonjeras, ponderando mi constancia en resistir los peligros y necesidades de todo género con que había tenido que luchar en defensa de la patria, y asegurando que con nuestros mutuos esfuerzos acabaríamos de destruir al enemigo que la oprimía”.
Al día siguiente El Libertador, entró triunfante a San Juan de Payara, en medio del entusiasmo popular y bajo un arco de lanzas, que a su paso por la calle principal de la población formaron los escuadrones de jinetes llaneros.
A la llegada de Bolívar al campamento unos soldados apureños le hablaron de Pedro Camejo, El Negro Primero, con gran entusiasmo, refiriéndole el empeño que tenía en que no supiera que él había estado al servicio del rey.
Este día conocieron El Libertador que era débil de complexión, y acostumbrado desde sus primeros años a la vida de las ciudades, y El Negro Primero que era un robusto atleta que no había conocido jamás otro linaje de vida que la lucha con los elementos y las fieras.
Bolívar al ver al negro se le acercó con mucho afecto, y después de felicitarlo por su valor, le dijo con voz aguda y penetrante:
¿Pero qué le movió a usted a servir en las filas de nuestros enemigos?
Miró el negro a sus compañeros como si quisiera enrostrarles la indiscreción que habían cometido, y dijo después:
Señor, la codicia.
¿Cómo así? — preguntó Bolívar.
Yo había notado —dijo el negro —, que todo el mundo iba a la guerra sin camisa y sin una peseta y volvía después vestido con un uniforme muy bonito y con dinero en el bolsillo. Entonces yo quise ir también a buscar fortuna y más que nada a conseguir tres aperos de plata, uno para el negro Mindola, otro para Juan Rafael y otro para mí. La primera batalla que tuvimos con los patriotas fue la de Araure: ellos tenían más de mil hombres, como yo se lo decía a mi compadre José Félix: nosotros teníamos mucha más gente y yo gritaba que me diesen cualquier arma con que pelear, porque yo estaba seguro de que nosotros íbamos a vencer. Cuando creí que se había acabado la pelea, me apeé de mi caballo y fui a quitarle una casaca muy bonita a un blanco que estaba tendido y muerto en el suelo. En ese momento vino el comandante gritando "A caballo." ¿Cómo es eso, dije yo, pues no se acabó esta guerra? Acabarse, nada de eso; venia tanta gente que parecía una zamurada.
¿Qué decía usted entonces? — dijo Bolívar.
Deseaba que fuéramos a tomar paces. No hubo más remedio que huir, y yo echó a correr en mi mula, pero el maldito animal se me cansó y tuve que coger monte a pié. El día siguiente yo y José Félix fuimos a un hato a ver si nos daban qué comer; pero su dueño cuando supo que yo era de las tropas de Ñaña me miró con tan malos ojos, que me pareció mejor huir e irme al Apure.
Dicen — le interrumpió Bolívar —, que allí mataba usted las vacas que no le pertenecían.
Por supuesto — replicó —, y si no ¿qué comía? En fin vino El Mayordomo al Apure, y nos enseñó lo que era la patria y que la didblocracia no era ninguna cosa mala, y desde entonces yo estoy sirviendo a los patriotas.
Páez y Bolívar lo hacían hablar de ese modo durante las marchas, pues tenía una manera original y pintoresca de decir las cosas.
En esta visita Bolívar a San Juan de Payara, estuvo cuatro días, impaciente por comenzar la campaña. El Libertador, meditaba de qué manera pasaría el río de Apure con el ejército, no teniendo embarcaciones en que hacerlo, y estando las del enemigo guardando el único lugar por donde podían pasarlo sin riesgo del cañón de la plaza. En gran incertidumbre se hallaba, por no encontrar el medio de allanar aquel obstáculo, mientras Páez le animaba a que se pusiera en marcha, asegurándole que le daría las embarcaciones necesarias.
Pero, hombre, ¿dónde las tiene usted? —Pregunta Bolívar
Las que hay en el paso del rio para oponérsenos. — le contesta Páez
¿Y de qué manera podemos apoderarnos de ellas?
Con caballería.
¿Dónde está esa caballería de agua?, porque con la de tierra no se puede hacer tal milagro.
El 5 de febrero, Bolívar salió con el ejército hacía el río Apure, no con la esperanza de que la operación prometida se realizara, sino para ver qué partido tomaría. El día siguiente Bolívar, cruzó el río Apure y se dirigió a Calabozo. Gracias a las embarcaciones realistas, que tomaron en la acción de las Flecheras, Páez, Francisco Aramendi, Genaro Vásquez, Cornelio Muñoz, El Negro Primero, Juan Carvajal, Felipe Mauricio Martin, José de la Cruz Paredes, José María Briceño Méndez, Pedro Pérez, Antonio Romero, Juan José Rondón, y treinta y ocho que se pierden en el anonimato de la historia.
Sobre esta visita de Bolívar: Páez escribe en su libro Máximas de Napoleón sobre el arte de la guerra, lo siguiente:
A principios del año 1818, se reunió Bolívar con el ejército de Apure en San Juan de Payara. Tres o cuatro días estuvo meditando allí, de qué manera pasaríamos el río de Apure con el ejército, no teniendo embarcaciones en que hacerlo, y estando los buques del enemigo guardando el único lugar por donde podíamos pasarlo, fuera de los tiros de cañón de la plaza. En gran incertidumbre estaba Bolívar porque no encontraba el medio de allanar aquel obstáculo. Y le animábamos a que se pusiera en marcha sobre el río asegurándole que le daríamos las embarcaciones necesarias. El preguntaba ¿dónde las tienen? Le contestamos que las que había en el paso para oponérsenos. ¿Y de qué manera podemos apoderarnos de ellas? “Con caballería”. ¿“Dónde está esa caballería de agua? nos preguntó él, porque con la de tierra no se pude hacer tal milagro”. Al fin resolvió marchar y acercarse al río, no con la esperanza de que la operación prometida se efectuase, sino para ver qué partido tomaría. Una milla antes de llegar al río se le suplicó que hiciera alto con el ejército, para sacar de él la gente con que íbamos a tomar las lanchas enemigas y aún le parecía que todo aquello era un sueño; sin embargo, accedió a nuestros deseos. Sólo cincuenta hombres se tomaron de la guardia de caballería, y con ellos llegamos a la orilla del río, con las cinchas sueltas y las guruperas quitadas, para soltar las sillas al suelo sin apearse del caballo. Así se efectuó, cayendo todos a la vez al agua, y fue tal el pasmo que le causó al enemigo aquella operación inesperada, que no hizo más que algunos disparos de cañón y en seguida se arrojó al agua la mayor parte de su gente. La misma partida de caballería corrió a ponerse al frente de la plaza para impedir que se diera parte al general Morillo que se hallaba en Calabozo. Catorce embarcaciones apresamos entre armadas y desarmadas. Asombrado Bolívar dijo, que ‘si él no hubiera presenciado aquel hecho, nadie habría podido hacérselo creer’”.

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